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And I will sing a Lullabye...

  • Foto del escritor: EmaBlogger
    EmaBlogger
  • 11 dic 2019
  • 3 Min. de lectura

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Siendo que los momentos pueden ser concebidos como pequeños tiempos, espacios cortados por la vida, lo que va y viene, es innegable que existen muchos tiempos cortos que pueden llegar a ser eternos, aquellos guardados en la retina, como la sonrisa de tu madre, o el abrazo de despedida que espera un reencuentro, esos tiempos no se cortan, creo, son mas bien reasignados a una nueva clasificación: la eternidad.

En estos mal llamados pequeños espacios, se nos permite proyectar salvavidas en nuestros corazones, como una pequeña caja con la leyenda ¨"usar en caso de emergencias". Y ya que en la vida cotidiana, las emergencias son mas bien diarias, que despiertan con esa canción que sonó al fondo, o un olor en particular, o por el simple hecho de no dejar ir aquello que nos hizo sentir bien, esa cajita de emergencias puede llegar a ser más usada que el omeplazol diario, estamos enfermando aquello que deberíamos cuidar, proteger.

Los recuerdos eternos, esos que están grabados como en piedra, pueden muchas veces ser bálsamo para el alma, o pueden ser un constante apuñalamiento, eso ya depende de nosotros, por más increíble que sea. El cómo concebimos los momentos en nuestra mente, en nuestro corazón, nuestro punto de vista y lo que vivimos en ese preciso momento también se queda grabado.

Hasta cierto punto, es una gran responsabilidad: archivar un momento en la mente cargado de emociones positivas o negativas, generará en nosotros y en nuestra caja de emergencias justamente esa sensación y eso será con lo que alimentemos a nuestro espíritu.

Aquello que consideramos una emergencia puede hacernos mucho daño si no sabemos usarlo con inteligencia, el sentir dolor también puede ser adictivo. El aferrarnos a la caja de emergencias es seguir respirando hacia un pasado, cuando el futuro se está ahogando. Vivir en lo que fué y no dar cabida a lo que será por constante comparación hacia lo que en un pasado sentimos, nos convierte en seres malagradecidos con la vida, con las nuevas oportunidades, con los nuevos aires que permiten tallar nuevas emociones y con ellas complementar y enriquecer las ya vividas.

¿De qué sirve respirar o sentir el corazón latir si nuestra mente no nos permite avanzar?.

Así como en el amor, son hechos y no palabras. El decir mucho y hacer nada es formar un hueco más grande, con nosotros en el medio, echándonos tierra en la propia cara.

Es por ello que debemos asumir la gran responsabilidad de ser más exquisitos con nuestros archivos, con nuestras cajas de emergencias.

Mientras escribo esto, decido guardar en mis archivos un recuerdo que fácilmente podría ser catalogado como doloroso, lleno de impotencia, nostálgico y probablemente dentro de los que no quisiera volver a pasar, pues el destino preparó un breve encuentro con mi madre, muy breve. El destino preparó algo más para mi y tras una llamada, una conversación de menos de un minuto, debí cambiar la fecha de retorno, truncando así todos mis planes con mi familia, con mi preciada cajita de emergencias. Ambas llorando en el aeropuerto, nuevamente con la impotencia en el pecho de siempre ser la que toma el avión hacia otro lugar, nos abrazamos y pude sentir sus brazos alrededor mio, pude decirle cuanto la amo y extraño, y entendí que el objetivo estaba cumplido, en parte, pero hecho: estuve.

Ya en el avión, decidí guardar este momento en mi corazón con inteligencia y como lo que es, una anécdota más en esta pequeña aventura llamada vida, una pequeña oportunidad que se me regala para vivir.

Los momentos no los escogemos en la mayoría de las veces, las oportunidades de vivirlos se nos presentan como estrellas fugaces que nos produce emoción el observar, y formamos una pequeña parte de su trayectoria. Depende de nosotros sonreír al verlas pasar o sentir pena por no poder quedárnosla.

Las despedidas siempre fueron dolorosas para mi, es algo que hasta ahora no puedo desclasificar de doloroso a un "hasta pronto". Mi mente grabó pena y lágrimas al decir adiós y por más que trate, no dejo de sentir ese vacío en mi corazón. Sin embargo, justamente porque tengo que ser hechos y no palabras, incluso conmigo misma, cada vez que siento ese vacío en el pecho, agradezco a Dios por el momento vivido, que queda en la eternidad de mi retina, y sonrío por haber tenido la oportunidad de presenciar el trayecto de esa estrella fugaz, por estar, por haber vivido, y seguir viviendo.

Mis archivos quedan intactos, mis eternos siempre en mi corazón y mi caja de emergencias siempre a disposición, pero decido llevarlos conmigo no como una carga, sino mas bien ellos me llevan de viaje por todo el mundo, me dan las alas y la fuerza necesaria, son mi viento, y hacen el viaje más ligero.

Ponle play a esta joya: Golden Slumber de The Beatles...




 
 
 

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